La última batalla
En agosto de 1291 y tras la derrota de Acre, fue elegido maestre del Temple Thibaud Gaudin; la elección se llevó a cabo en la ciudad de Sidón unos días de ser definitivamente abandonada por los cristianos. Gaudin gobernó la orden poco más de un año, hasta el 16 de abril de 1293. A los pocos meses fue elegido Jacques de Molay, natural del Franco Condado, que sería el último maestre del Temple.
Abandonada Tierra Santa, en la cristiandad surgieron muchas voces que cuestionaron la validez de la orden de los templarios, e incluso hubo quien abogó por su disolución al carecer de objetivos concretos que cumplir. La orden de los templarios se había identificado de manera muy profunda con Tierra Santa y más concretamente con la defensa de los peregrinos y de los cristianos que allí habitaban, aunque mantenía intacta todas las encomiendas y posesiones en Europa. Sin embargo, desaparecido el dominio cristiano de tierras de Palestina y Siria, la función para la que había sido creada y que había venido desarrollando durante casi dos siglos había dejado de existir, y con ella su razón de ser.
Parece ser que Molay era hombre poco cultivado, de escasa inteligencia, muy reducida elocuencia y sin profundidad de pensamiento. Pese a ello, en cuanto fue elegido maestre, o se dio cuenta de la penosa situación o fue informado y alertado por sus consejeros, porque al poco tiempo de tomar posesión del cargo viajó a Europa en busca de ayuda. En diciembre de 1294 se encontraba en Roma, donde asistió a la abdicación del papa Celestino V y a la elección del nuevo pontífice, Bonifacio VIII, quien ratificó la exención de la orden de la isla de Chipre. El mismo lugar, donde los templarios habían tenido muy mala experiencia en la corta época en que a fines del siglo XIII la gobernaron, se había convertido en el refugio de todos los miembros de la orden que tuvieron que abandonar los castillos de Tierra Santa en 1291. A un capitulo del Temple, celebrado por estas fechas en la ciudad chipriota de Nicosia, asistieron cuatrocientos caballeros. Molay pretendía renovar la orden tras el abandono de Tierra Santa; para ello abogaba por una mayor disciplina, por lo cual se confiscaron los objetos personales de los templarios y cualquier tipo de escrito que tuvieran guardado; también se retiraron todas las ropas que no fueran reglamentarias y se reforzaron todas las normas de la regla.
Chipre había sido adquirido a los templarios por la familia de los Lusignan, y eran ellos los señores de la isla cuando tuvieron que abandonar Palestina. En esas circunstancias la convivencia no era fácil. Los reyes de Chipre tenían instalado en el interior de sus dominios a un poder autónomo, como era el Temple, que nunca obedecería sus mandatos, en tanto los templarios carecían de unas bases territoriales propias en las que asentarse con seguridad. Y así, los enfrentamientos no tardaron en producirse. En 1298 Molay discutió con el rey de Chipre por el control del ejercito templario.
Un nuevo intento de luchar contra los musulmanes se produjo en el año 1299. Un ejercito de mongoles, armenios y templarios se reunieron en las rumas de la otrora imponente ciudad de Antioquía, ahora reducida a un montón de ruinas. El ejercito combinado de estas tres fuerzas se elevaba a unos cien mil hombres, divididos en varios cuerpos de ejercito. Uno de ellos, compuestos por treinta mil combatientes, los dirigía Jacques de Molay. Era la primera vez que un maestre del Temple tenía bajo su mando vanas divisiones del ejército mongol. Los aliados avanzaron hacia el sur hasta encontrarse con el formidable ejército musulmán, integrado por unos ciento cincuenta mil soldados, la mayoría mamelucos de Egipto. El enfrentamiento entre ambas fuerzas se produjo los día 22 y 23 de diciembre de 1299. La batalla librada en Hims, entre Alepo y Damasco, es una de las más grandes de cuantas se ha librado en la historia de la Humanidad. Los musulmanes fueron derrotados y durante seis meses, el sur de Siria y el norte de Palestina quedaron en manos de los aliados. Los templarios pudieron regresar, aunque por muy poco tiempo, a su primitiva sede en el Templo de Jerusalén. En el verano del año 1300, un maestre del Temple, Jacques de Molay, pudo pisar el suelo de la explanada de las mezquitas, ciento doce años después de que la orden tuviera que abandonarla cuando Saladino la conquistara. Jacques de Molay ordenó enviar columnas de soldados en varias direcciones con instrucciones de moverse mucho y rápido para dar la impresión de que eran muchos más hombres de los que realmente había, pero fue en vano. El papa no convocó ninguna nueva cruzada y los templarios debieron abandonar definitivamente Jerusalén. Jacques de Molay, sin embargo, quiso dejar en Raud, un islote rocoso a tres kilómetros de la costa a la altura de la ciudad de Trípoli, una guarnición con ciento veinte soldados, quinientos arqueros y cuatrocientos sirvientes. Los templarios aguantaron allí hasta 1303, año en que se produjo la batalla de Marj as-Saffar, a unos pocos kilómetros al sur de Damasco, la cual perdieron y en la que acabó definitivamente con todas las pocas esperanzas que le quedaban a los templarios. Ante la gravedad de la situación, el Papado optó por aplicar algunas medidas urgentes. Una de ellas consistió en proponer la unión de las órdenes del Temple y del Hospital en una sola, cosa que el maestre Molay se opuso tajantemente. Para convencerle, en 1301 se presentó en Chipre el sabio mallorquín Ramón Llull, una de las figuras más prestigiosas y consideradas de la Iglesia de su tiempo. Propuso al maestre Molay que reconsiderara la idea de la fusión de las dos grandes órdenes de la cristiandad. Tras varios días de conversaciones ninguna de las dos órdenes estuvieron dispuestas a renunciar a su autonomía.
El Temple era demasiado poderoso; a principio del siglo XIV ya no tenía que mantener ni castillos ni tropas en Tierra Santa, y aunque las rentas señoriales estaban cayendo debido a la crisis que comenzaba a sentirse en toda Europa, seguía disponiendo de dinero y propiedades; un oscuro complot empezó entonces a urdirse contra los templarios. Desde 1285 reinaba en Francia Felipe IV, conocido por el apelativo El Hermoso, dada su elevada estatura, su altivez, su tez pálida y su rubia cabellera. Para poder hacer efectivas la dote de su hermana Margarita, a la que casó con el rey Eduardo I de Inglaterra, tuvo que pedir dinero al Temple; su amigo el tesorero de la casa de París, Hugo de Peraud, se lo concedió en préstamo. Las deudas contraídas por Felipe IV con el Temple eran enormes; el rey de Francia sabía que nunca podría pagarlas. Fue tal vez entonces cuando empezó a maquinar su plan para destruirlo.El proceso de los templarios
En 1297, el rey Felipe declaró ante dos delegados pontificios que el gobierno temporal de su reino era suyo, y solamente suyo; y para demostrar al papa quien era el dueño, expulsó al obispo de París de su puesto. El siguiente paso consistió en crear un impuesto que gravaba a los eclesiásticos. Felipe IV ansiaba la riqueza de la Iglesia, y entre ellas estaba la enorme fortuna que se decía que atesoraban los templarios. El papa Bonifacio VIII se había convertido en un estorbo para el rey de Francia, y por ello los agentes del monarca pusieron en marcha una intensa campaña para desacreditarle, y que fue acusado de herejía y sodomía. El plan diseñado por los agentes de Felipe IV lo culminó el canciller Guillermo de Nogaret, que preparó hasta veintinueve acusaciones contra el papa. Este respondió excomulgando a Felipe IV y colocando a todo su reino de Francia bajo interdicto. Nogaret fue enviado entonces a la localidad italiana de Agnani, donde se encontraba Bonifacio VIII, con la misión de amedrentarlo. Las tropas francesas pusieron sitio a la ciudad en septiembre de 1303, y entraron en ella para dirigirse enseguida hasta la residencia papal. Un sicario de Nogaret llamado Sciarra Colonna, abofeteo al papa sin siquiera quitarse los guantes. La humillación para la Iglesia fue terrible y Bonifacio VIII no pudo soportarlo; el papa abatido, ofendido y humillado, murió a las pocas semanas, se dijo que de vergüenza. Sus sucesores, Benedicto XI, envenenado en julio de 1304 con unos higos, y sobre todo Clemente V, elegido tras estar vacante más de un año la sede de san Pedro, se plegaron a los intereses de Francia. Clemente V llegó incluso a levantar la excomunión sobre los dos cardenales Colonna que habían apoyado a Felipe IV de Francia en contra de Bonifacio VIII.
El rey de Francia guardaba su tesoro en un enorme complejo que el Temple tenía en París; sabia por tanto que esta orden militar disponía de mucho dinero, el suficiente como para que se acabaran los apuros económicos de la corona. Felipe IV tenía un plan bien diseñado. El 29 de diciembre hizo votos de cruzado y tomó la cruz, a la vez que proponía al papa la necesidad de que se fusionaran las órdenes militares para una mayor eficacia en su labor de defensa de la cristiandad; la nueva orden resultante sería dirigida por uno de sus hijos. La situación de carestía y hambruna iban en aumento en toda Francia, y sobre todo en las ciudades, donde la población apenas tenía para comer. Los momentos más graves se vivieron en los primeros meses de 1306 en París, donde estalló una revuelta popular de tal magnitud que el mismo rey se vio obligado a refugiarse en el recinto del Temple, el bastión más poderoso de toda la ciudad. Solicitó ser admitido en el Temple como miembro honorífico de la orden pero los templarios le negaron el ingreso. El monarca consideró este rechazo como una ofensa que no olvidaría.
Los agentes de Felipe IV, hábilmente instruidos por Nogaret y por el jurista Pedro de Blois, difundieron las acusaciones más terribles, entre otras que estos caballeros obligaban a los novicios a realizar ritos iniciáticos, a escupir sobre el crucifijo, a tener relaciones homosexuales y a adorar ídolos. A lo largo de 1306 los rumores fueron creciendo y se extendieron por toda Francia con suma celeridad. Jacques de Molay, maestre del Temple, conoció estos comentarios a su orden estando en la isla de Chipre, a donde había regresado tras su estancia en París. Su reacción fue inmediata; el maestre templario embarcó en Chipre, llegando a Poitiers el 12 de noviembre, donde se reunió con el papa y con el maestre del Hospital. Mientras, Felipe IV encargó a sus agentes que difundieran que los templarios estaban rodeados de escándalos; los rumores ya eran conocidos por todo el mundo, e incluso algunos caballeros expulsados del Temple se encargaron de airearlos con detalle. Enterado de lo que estaba pasando, Jacques de Molay pidió al papa Clemente V que abriera una investigación sobre esos rumores que circulaban por todas las partes sobre los presuntos escándalos protagonizados por los templarios. El pontífice accedió y el 24 de agosto de 1307 anunció que se iniciaba un proceso para averiguar qué había de verdad en aquellas acusaciones. Pero mientras los templarios actuaban de esta manera, Felipe IV estaba preparando una encerrona. El día 14 de septiembre de 1307 envió a todos los oficiales de sus reinos una circular en la que les ordenaba que estuvieran dispuestas unas fuerzas armadas para la noche del día 12 de octubre, y además añadía otra orden sellada con el mandato de que no se abriera hasta ese mismo día 12. La orden secreta indicaba que todos los caballeros templarios destinados en las encomiendas de Francia fueran arrestados bajo las terribles acusaciones de cometer pecado de orgullo, de avaricia, de crueldad, de celebrar ceremonias degradantes, de proferir blasfemias, de practicar ritos idólatras y de sodomía. En un mes los oficiales del rey pusieron en marcha un complejo sistema operativo que funcionó perfectamente. Poco antes del amanecer de un viernes 13 de octubre de 1307, los guardias de Felipe IV entraron a la vez todos los conventos y residencias de los templarios y los apresaron sin el menor contratiempo. Jacques de Molay fue arrestado en París, donde descansaba tras haber participado en la ceremonia fúnebre de Catalina de Courtenay, cuñada del rey. El despliegue policial fue enorme, pues fueron apresados a la vez los veinte mil miembros del Temple. Para que semejante operativo funcionara como lo hizo, debieron de participar en el mismo no menos de cincuenta mil hombres armados.
Desde luego, la redada alcanzó un éxito total. La noche del 13 de octubre todos los templarios de Francia estaban presos en nombre del rey y bajo la custodia de sus oficiales. El plan diseñado por Guillermo de Nogaret había funcionado a la perfección. Al día siguiente de la detención masiva, Nogaret convocó a un grupo de profesores de la Universidad de París y les explicó con detalle las acusaciones que pesaban sobre la orden; ninguno al parecer, mostró una opinión contraria a la decisión real. Poco después comenzaron los interrogatorios. El primero en ser preguntado fue el maestre, que seguía preso en París. La primera sesión tuvo lugar el 24 de octubre, y continuó al día siguiente, ahora en presencia de profesores de la Universidad de París, a la que Felipe IV quería presentar como garantía de todo el procesamiento.
La sede del Temple en París y la del resto de encomiendas en Francia fueron registradas minuciosamente, pero no apareció en ninguna de ellas ese fabuloso tesoro que se decía que poseían, ni los ídolos satánicos ni ningún documento comprometedor. El papa necesitaba alguna prueba contundente para apoyar al rey de Francia, y Felipe IV la consiguió de manera un tanto fraudulenta. Un oscuro delincuente llamado Esquiú de Floyran, que había sido condenado por haber asesinado al maestre provincial, compartía celda en la prisión de la ciudad de Agen con un templario renegado que le confesó los delitos cometidos por la Orden del Temple cuando él era miembro de la misma. Floyran reveló a sus guardianes las confesiones del templario a cambio del perdón y de una suma de dinero, y acusó a los templarios de herejía. Guillermo de Nogaret, necesitaba al menos un testigo de cargo, y lo encontró en Esquiú de Floyran. Para la Inquisición esa denuncia era suficiente, y además, el gran inquisidor de Francia, Guillermo de París, era el confesor del rey desde 1305. Ya había una acusación formal de un testigo. Ahora los templarios debían demostrar su inocencia. Con este informe del rey en la mano, Clemente V publicó el 22 de noviembre de 1307 la bula Pastoralis praeminentiae, en la que elogiaba a Felipe IV y reconocía que las acusaciones contra los templarios eran veraces, ordenada que fuera investigada la Orden del Temple en toda la cristiandad y que las autoridades civiles confiscaran todos sus bienes hasta que pudiera hacerse cargo de ellos la Santa Sede.
Tan sólo cuatro días después enviaba desde Aviñón una delegación formada por tres cardenales para que interrogaran personalmente a Jacques de Molay. En la sesión, que tuvo lugar en París, el maestre defendió la inocencia de su orden. Por todas partes surgieron acusaciones, como la que recayó sobre el obispo de Troyes, a quien un individuo llamado Noffo Dei acusó de herejía, sin duda para evitar que el proceso contra el Temple cayera en manos del Papado; pero enseguida se demostró que este hombre había mentido y fue ahorcado. Conseguida la acusación mediante testigos, los templarios comenzaron a ser torturados a fines de 1307. El maestre del Temple tenía cerca de setenta años y ante las torturas confesó todos los delitos imputados, y con él los demás altos dignatarios de la orden. Molay se acusó de haber escupido sobre la Cruz, de haber renegado de Cristo, de haber practicado la sodomía y de haber adorado a ídolos. Las torturas causaron mella en los caballeros; de los 138 templarios que fueron sometidos a interrogatorio en París, se supone que bajo tortura o amenaza de ella, 134 confesaron haber realizado las prácticas de que se les acusaba y tan sólo cuatro las negaron.
Entretanto, el maestre Molay fue trasladado desde París al castillo de Chinon para proseguir los interrogatorios. Fruto de la nueva situación fueron las bulas Faciens miserícordiam y Regnans in coelis, emitidas el 12 de agosto de 1308; en ellas se instaba a los obispos de todas las diócesis de la cristiandad a crear comisiones interrogatorias integradas por dos canónigos, dos dominicos, dos franciscanos y el propio obispo para interpelar a los templarios. La respuesta de los reinos cristianos sobre los caballeros de Cristo fue muy desigual. Los interrogatorios se intensificaron a mediados de 1308. Algunos templarios, al verse ahora bajo la custodia de la Iglesia, decidieron retractarse de las confesiones que habían realizado bajo tortura. Eso fue todavía mucho peor para ellos, pues la Inquisición condenaba a la hoguera a los relapsos. El 22 de noviembre se emitía desde Aviñón la orden a todos los soberanos cristianos de arrestar a los caballeros templarios de las encomiendas de cada uno de sus reinos. Jacques de Molay volvió a ser interrogado por la comisión papal el 26 de noviembre de 1309. Con más de setenta años, su ánimo se vino abajo y declaró que era ya incapaz de defender al Temple. A partir de ese momento, centenares de templarios fueron quemados en hogueras; 36 de ellos fueron ejecutados en París a fines de 1309, y en el resto de la cristiandad miles de caballeros y sargentos fueron torturados y ejecutados una vez que confesaron ser culpables de los delitos imputados. La persecución total que había encabezado el rey de Francia estaba dando sus frutos. Felipe IV se había autoproclamado Guardián de la cristiandad de Occidente y bajo ese título se consideraba con derecho a justificar cuanto estaba haciendo. Sus problemas económicos no estaban resueltos, pues el presunto tesoro templario no aparecía pese a las torturas y a las ejecuciones, y tal vez por ello acusó al Temple de haber propiciado las revueltas populares.
Los templarios que se negaban a confesar eran condenados a muerte, los que confesaban sus culpas solían ser perdonados y liberados, pero si se retractaban eran condenados por relapsos. Por fin, el 3 de abril de 1311, Clemente V emitía un edicto en el que proclamaba la suspensión de la Orden del Temple. En Francia la persecución fue terrible, pero en otros reinos de la Europa cristiana se produjo de manera menos virulenta. Prueba de ello es la capitulación de los templarios de la encomienda de Monzón, la más importante del reino de Aragón. Tras la disolución, recibieron una renta de entre quinientos y tres mil sueldos por templario, y el 7 de octubre de 1312 el Concilio de Tarragona absolvió a los templarios de la Corona de Aragón al considerarlos inocentes. Comoquiera que la orden había sido suprimida, quedaron adscritos a sus obispos, que se encargaron de la custodia de los bienes incautados, entre los que había libros, objetos de culto y relicarios. No obstante, Jaime II dilató el proceso cuanto pudo porque también aspiraba a quedarse con parte de las propiedades templarías. Todos los templarios de Aragón negaron las acusaciones, pese a que el papa ordenó torturarlos. Una vez disuelta la orden, los templarios de las encomiendas aragonesas se distribuyeron por los conventos del Hospital en Aragón, permaneciendo en sus antiguos distritos. En el reino de Castilla y León se incoaron procesos en Medina del Campo y Salamanca entre 1310 y 1312; como en Aragón, también fueron declarados inocentes y se les dejó libres.
El 12 de marzo de 1312, en el Concilio de Vienne, se decidió la disolución del Temple. Unos días después, el 20, llegó a esa ciudad Felipe IV, el único monarca que se presentó allí. En los días siguientes se procedió al reparto de los bienes de la orden recién suprimida; en la bula Adprovidam, de 2 de mayo, se dictaminaba que todas las posesiones de los templarios pasaran a integrar el patrimonio de la Orden del Hospital, exceptuadas las que habían tenido en los reinos de Castilla y León, Mallorca, Aragón y Portugal, que irían a manos de las órdenes de Montesa y de Cristo, pues allí continuaba la guerra contra el islam. A principios de 1314 ya nada quedaba del Temple, salvo su maestre, el anciano Jacques de Molay, y los principales cargos de la desaparecida orden, que seguían recluidos en prisión. Por supuesto, su presencia constituía un problema para el rey de Francia y para el papa. Tal vez habían esperado que Molay muriera pronto, dada su avanzada edad y las malas condiciones de su vida, pero había logrado sobrevivir a seis años y medio de prisión y de tortura. El 18 de mayo la comisión que lo juzgaba, presidida por Felipe de Marigny, secretario de Felipe IV y arzobispo de Sens, condenó a Jacques de Molay a cadena perpetua. Con el maestre también fueron condenados los caballeros templarios Godofredo de Charnay, preceptor de Normandía, Hugo de Pairand, visitador de Francia, y Godofredo de Bonneville, preceptor de Aquitania.
Al oír la condena, declaró solemnemente que era inocente de cuantos cargos le habían acusado y por los que había sido condenado, retractándose de todo cuanto había declarado con anterioridad, alegando que lo había hecho por haber sido sometido a tortura. Godofredo de Charnay hizo lo mismo que su maestre. ¿Fue un arrepentimiento espontáneo o un súbito gesto de valentía lo que llevó a Molay y a Charnay a declararse inocentes?. Las opiniones de los historiadores son a este respecto muy variadas. Desde luego, las autoridades algo imaginaban al respecto, porque la declaración de inocencia del maestre conllevó su condena a muerte de manera inmediata. Y se hizo de modo tan rápido que Jacques de Molay, Godofredo de Charnay y treinta y siete templarios más fueron quemados al atardecer del mismo día 18 de mayo en el que por la mañana habían sido condenados y ellos mismos habían proclamado su inocencia. Todo estaba muy preparado; los templarios, con su maestre al frente, fueron conducidos a una pequeña islita en el río Sena conocida con el nombre de islote de los Judíos o de las Cabras y allí fueron quemados. La ejecución del maestre y de los demás templarios se ha rodeado de una aureola de leyenda. Una tradición recoge las últimas palabras que pronunció Jacques de Molay antes de morir. Mientras las llamas alcanzaban su cuerpo, se asegura que pidió venganza para los asesinos y que lanzó una maldición sobre el linaje real de Francia fundado por Hugo Capeto en el año 987 y que había reinado en el país interrumpidamente desde entonces. Fuera como fuese la muerte del último maestre templario, lo cierto es que la maldición pareció cumplirse, pues uno a uno los principales responsables de la supresión del Temple y de la ejecución de Molay fueron sucumbiendo unos pocos meses después. Tanto Felipe IV el Hermoso, Guillermo de Nogaret y Clemente V, murieron en el transcurso de los seis meses siguientes. Tras casi dos siglos de existencia, la Orden del Temple se convirtió en un simple recuerdo. Nadie abogó por su defensa, nadie se puso a su lado para evitar su eliminación.
El 13 de septiembre del año 2001 la joven investigadora Bárbara Frale encontró en el Archivo Secreto del Vaticano un pergamino de poco menos de un metro de longitud, más conocido como el Pergamino de , el cual demuestra que, tras la declaración de Jacques de Molay ante los delegados del papa Clemente V, éste absolvía a los templarios de toda culpa de herejía y apostasía. Esta absolución papal nunca se hizo pública.
Blasones de los Grandes Maestres de la orden de los templarios
Mapa de Oriente Próximo entre 1135 y 1190
Mapa de los itinerarios de las Cruzadas
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